NO SOY LO QUE TE HAN CONTADO
Antología de relatos dramáticos organizado por la editorial Diversidad Literaria.
Autores participantes: Almudena Álvarez Oliva, Neus Moreno Serrano, Giuseppe Favaloro, Laura Pineño Arrieta, Magda Guarido Jonema, Irene Roig Muñoz, Guillermo Portillo Guzmán y Noelia Prieto García.
El textos que yo aporté fueron: La venganza se sirve fría y Somos lo que somos por lo que hemos vivido.
LA VENGANZA SE SIRVE FRÍA
Cuando Pedro me vio frente a su casa, con mi pequeña maleta y los ojos húmedos todavía por las lágrimas, abrió la puerta y me invitó a entrar. Los golpecitos en la espalda fueron como cuchillos que se hincaban en mi piel, pero aguanté la postura adoptada por él;
—Por fin has abierto los ojos, amigo, ya era hora, llevas tanto tiempo con cuernos, que te habías acostumbrado a su peso. Estas cosas suelen pasar, dijo. La noticia va de un lado a otro del vecindario hasta que llega a ti, pero claro, como cualquier otro dato que nos duele, hacemos oídos sordos y seguimos como si nada. No te preocupes querido Luís, al final cada uno se encuentra con su destino y el tuyo es ser feliz; amigo mío, ya te lo dijimos los colegas cuando eras un chaval y te fijaste en ella. Ésta chica no te conviene, es muy diferente a ti; sólo la mueve el dinero y el poder, en cambio tú…, siempre con tus ganas de mejorar al mundo, no nos escuchaste y ahora tienes que cargar con lo hecho.
Diecisiete años de matrimonio, dos hijos en común y un futuro del que hemos hablado infinidad de veces. La casita en el campo con piscina, para estar relajados después de una larga jornada de trabajo, la autocaravana para irnos de vacaciones dónde y cuándo quisiéramos, la clínica... ¡Puta egoísta! Ahora la imagino con su melena negra, vistiendo aquel picardías que le regalé por navidades, con el fin de recomponer nuestra relación sexual abandonada a un lado hace tiempo y poniendo al alcance de otro hombre todo aquello que he venerado desde la pubertad.
Debía haberlo imaginado cuando las cosas empezaron a ir mal en la clínica, también ella empezó a estar extraña; siempre preguntando por los problemas financieros de la sociedad y cuánto dinero perderíamos con aquella crisis. Pensé que estaba preocupada por nuestra economía o incluso, que le quedaba una pizca de amor por mí y realmente le preocupaba aquella situación, pero nada más lejos de la realidad, su única preocupación era perder su lugar en la elite de la sociedad, no poder ir a las fiestas de alto standing a las que estaba acostumbrada y, no lo iba a conseguir siendo la esposa de un cirujano plástico del tres al cuarto, dueño de una clínica de cirugía plástica que no daba ningún beneficio y si muchas pérdidas.
Hasta entonces le había bastado con cualquier hombre que tuviese una posición social más valorada que la mía, pero cada ve< situaba más arriba sus expectativas, tras el último afer con el dueño de una gran fábrica de renombre, tenía puestas sus garras en el director general de una prestigiosa clínica de Alemania; un viejo que rozaba los ochenta años, que había enviudado no hacía mucho tiempo y, al que le otorgaban multitud de conquistas y apodaban «el doctor amor». Su clínica tenía la tecnología más actual, la más puntera en su campo y unos avanzados proyectos sobre técnicas de implantación y regeneración de tejido, además de unos interesantes ingresos financieros, que provenían de personas influyentes en el mundo de la ciencia y la medicina y, también, de diferentes organizaciones gubernamentales involucrados en el proyecto.
Todo empezó hace seis años, me invitaron a una fiesta social a la que al parecer, iban a ir diferentes personas notables de nuestra profesión. A lo largo de la velada quedé prendado de la sabiduría y la eminencia del Dr. Klaus Hoffman Theinz. Me interesaron profundamente sus ideas sobre las que estaba investigando en aquellos momentos, un método pionero para conseguir la reconstrucción total de la piel en el ser humano; decía tener la solución para aquellas personas que habían sido víctimas de incendios con quemaduras de primer grado en gran parte de su cuerpo.
Pasado un tiempo, supe que empezaban un proyecto innovador y que buscaban colaboradores, a través de unos colegas conseguí ser aceptado en un grupo especializado para integrarme al equipo de doctores alemanes. Poco a poco fui demostrando mi valía, haciéndome así, un lugar en el equipo personal del Dr. Hoffman.
Al año y, después de haber aprendido mucho más en aquel año, que en los ocho anteriores, me trasladaron a los laboratorios principales que estaban en la ciudad de Albstadt, cerca de Stuttgart. Conseguí hacerme indispensable en el equipo de trabajo de tan arriesgado proyecto. Mi sueldo se había triplicado; en aquellos momentos podía codearme con las personas de más prestigio en la profesión y, podía incluso, mirar por encima del hombro a las personas, que como ella, me habían aparcado a un lado en los momentos bajos.
Mi querida esposa parecía haber resurgido de sus cenizas, lucía sus mejores vestidos en las cenas de sociedad, se compraba joyas y zapatos a diario, gozaba de los servicios de un chofer personal, cotilleaba con las otras esposas en el club de campo, sobre las idas y venidas de algunos de sus maridos, algo que no les importaba, siempre y cuando no les afectara a ellas a nivel social. Pero nuestra relación sentimental, estaba tan desgastada que hubo ni la más mínima oportunidad de mejorar.
Ella empezó a venir muchas tardes a visitarme al trabajo, se lucía ante todos mis compañeros como un pavo luce su plumaje ante su amada, luego se marchaba y entraba clandestinamente en el despacho del importantísimo Dr. Hoffman, se entregaba a él en cuerpo y alma y, luego, regresaba a casa como si nada. ¡Yo lo sabía! Pero ya estaba en un punto donde me daba igual lo que hiciese y con quién, yo estaba inmerso en mi profesión y en adquirir la cantidad máxima de conocimientos.
Estuve cinco años soportando sus infidelidades y sin poder resistir un día más le pedí el divorcio; me dijo que no estaba dispuesta a dejarme marchar, que eran muchos años aguantándome y, ahora que empezaba a ser alguien importante, no me permitía abandonarla. Mi cabeza no podía asimilar aquella respuesta y le dije que sabía lo de su aventura, que ya lo había soportado demasiado tiempo, que ya no la amaba y quería ser libre. Entonces empezó con los reproches, sus palabras hirientes recordándome que estuvo a mi lado cuando yo no era nadie, que teníamos dos hijos maravillosos y que fui yo quien la lanzó a los brazos de otros, que se sintió rechazada como esposa y como mujer y Hoffman la trataba como una verdadera dama; incluso le dijo que le había dado la combinación de la caja fuerte para cuando necesitara dinero, algo que nunca hice yo. Recogí algunas de mis cosas y me fui a casa de Pedro, que aunque es la típica persona que tiene la palabra equivoca en los momentos más innecesarios, es mi mejor amigo y en aquel momento era lo que necesitaba, poder hablar de lo que sentía y el dolor emocional que me comía por dentro.
Pedro vivía en un pequeño pueblo de apenas cien habitantes situado a las afueras de la ciudad, rodeado de naturaleza y un rio al que acostumbraba ir a pescar. La calma rezumaba por sus calles, sólo el piar de los pájaros y el rebuzno de los burros rompían el silencio.
Para acudir al trabajo, yo, recorría los sesenta kilómetros que me separaban del laboratorio pensando en los momentos felices que habíamos pasado juntos, en Sara y Andy, que aunque ya eran mayores y tenían su vida encauzada, también sufrirían con aquella ruptura. Aparcaba el coche y como cada día, me cambiaba de ropa e iniciaba mis investigaciones. A veces, la veía como subía sigilosamente las escaleras y llamaba al despacho, a la vez que observaba a un lado y al otro antes de entrar, intentaba pasar desapercibida, pero nuestras miradas se cruzaron en más de una ocasión, ella guardaba la compostura y mantenía el tipo, nunca hizo el gesto de estar arrepentida, tampoco tuvo intención de retroceder en el tiempo y rectificar.
La gente ya comentaba, sin esconderse, sobre la nueva conquista del doctor; aquello atravesaba mi corazón como un cuchillo corta la mantequilla, sentía las miradas de consuelo y alguna mano en el hombro que, de vez en cuando, intentaba aliviar el peso.
Estábamos llegando a la etapa final del experimento cuando detecté un fallo importante, quería tenerlo todo a punto para la visita del jefe al día siguiente. Estaba tan absorto en encontrar dónde estaba el fallo que las horas corrieron hasta alcanzar las dos de la madrugada; un grito de mujer rompió mi concentración, luego, el sonido de unos pasos acelerados en el corredor, al salir de la sala la pude verla a ella, con las prisas había tropezado y estaba tumbada en el suelo; cuando me acercaba para ayudarla a levantarse, se incorporó dando tumbos cogió su bolso, agarró los zapatos en la mano y corrió escaleras abajo. Al ver aquella reacción me quedé extrañado, ¿Cuál habría sido el motivo que había provocado aquella actitud tan extraña, incluso para ella? Una por una recorría las salas contiguas a la mía, pero no había nada que me hiciese sospechar nada extraño hasta que llegué al despacho de Hoffman; dos cuerpos sin vida se encontraban en mitad de un charco de sangre; detrás de la mesa, una joven que apenas tenía los veinte años, con el torso desnudo y un fuerte golpe en la cabeza, junto a ella el doctor. Me acerqué rápidamente a los cuerpos y puse mis dedos sobre la yugular con la esperanza de que estuvieran con vida. Hoffman estaba muerto pero la joven tenía leve latido; la cogí y la puse en el suelo con intención de hacerle el boca a boca.
Por un momento pensé en salir corriendo, pero al observar detenidamente el despacho, me di cuenta de que la caja fuerte estaba abierta y que por el suelo estaban esparcidos gran cantidad de billetes de doscientos euros. No hacía falta ser Sherlock Holmes para darse cuenta de lo sucedido, seguramente el doctor amor, había decidido terminar la relación con mi todavía mujer y sustituirla por aquella jovencita, cosa que no le habría gustado. Después de una fuerte discusión habría golpeado al doctor y a su amante y para no levantar sospechas había vaciado la caja simulando así un robo.
Aún estaba intentando reanimar a la joven, cuando escuche a mi espalda la voz del vigilante de seguridad —levante las manos despacio y colóquelas junto a la nuca—. Cosa que hice sin rechistar.
Intenté una y otra vez explicarme y dar mi versión de los hechos a la policía, pero fue inútil; en el juicio los abogados y el fiscal, se agarraron a la declaración que hizo mi amada esposa.
Declaró que me comían los celos, que le había dicho en más de una ocasión, que mataría al Dr. Hoffman porque era atento y gentil con ella. Dijo que yo tenía una mente enferma, llena de fantasmas que atormentaban mi imaginación y que llenaban mi cabeza de fantasías inexistentes. También, que me había pedido el divorcio en varias ocasiones y yo la tenía amenazada, que si me dejaba también la mataría a ella; que me tenía miedo y dormía con un cuchillo bajo la almohada por si yo intentaba hacerle algún daño. Ella se convirtió en víctima ante: el jurado, el juez, mis hijos, incluso yo dudé por un instante de mí mismo…
Hoy me encuentro aquí sentado, en la sala número cuatro de la audiencia de penales, esperando la sentencia del jurado, que con total seguridad, será culpable.
Ella seguirá vistiendo los modelitos de grandes diseñadores europeos, abrigos de pelo de visón y, lucirá preciadas joyas multicolores. Se paseará como una princesa de cuento buscando su príncipe, lánguida y desgraciada por su desgracia. Pondrá el punto de mira en otro genio de la medicina, la ciencia, o incluso de las matemáticas; cualquiera le sirve mientras su cuenta bancaria se adorne con muchos dígitos. Siempre ha tenido la suerte de que los hombres hacen cola por tenerla; bella, esbelta y con grandes ojos negros, pero lo que no saben ellos, es que detrás de todo aquello, hay una mantis religiosa preparada para terminar con su amado.
No sé si mi amigo Pedro se refería a éste destino, y a ésta felicidad, pero seguramente no se ajusta a su realidad, algo que suele ser normal con mi amigo. El destino me tenía preparado un futuro oscuro, en esta lujosa celda de dos por dos metros y acompañado en la noche por mi propia soledad.
Llevo ya tres años aquí dentro, las visitas han sido pocas: mi abogado, algún periodista morboso y poco más. Supongo que en el exterior seré un asesino que terminó con una gran mente científica por celos de amor e imagino que nadie me escuchará por mucho que diga lo que pasó aquella noche. Día tras día intento elaborar un plan que pondré en marcha cuando salga, lo más importante será recobrar mi buen nombre como doctor y científico, luego ya se verá. Pero que nadie borre estas líneas que dejo escritas, pues sé que un día ella probará ésta celda; el mismo día que pruebe el plato frío de mi venganza.